SIN RODEOS
¿Hacia el autoritarismo?
Por
Jaime A. Fajardo Landaeta
e-mail: jaimefajardolandaeta@gmail.com
Twitter @JaimeFajardoLan
Entradilla:
Elegir personas designadas por el gobierno nacional en los organismos
de control atenta contra la división de poderes en un Estado social de derecho.
A raíz
de lo que viene sucediendo en nuestro país puede afirmarse que vamos camino al
autoritarismo. La elección de personas designadas por el gobierno nacional en los
organismos de control pisotea la división de poderes y permite que el
presidente cuente con todas las herramientas que harán posible gobernar sin
temor a ser vigilado por la institucionalidad vigente.
Sin
recato alguno, Duque logró imponer sus fichas en la Fiscalía, la Procuraduría y
la Defensoría del Pueblo, mientras avanza en el propósito de tomarse las cortes,
para lo cual arrecia en críticas contra la Corte Suprema de Justicia, atacando
cada una de las decisiones que ella toma contra alguno de sus aliados, y en
particular contra Álvaro Uribe Vélez, dentro de la investigación por la
aparente comisión de varios delitos.
En
esta estrategia ha contado con el respaldo del Congreso nacional, renuente a
ejercitar el control político necesario sobre las acciones de gobierno. También
cuenta con los partidos políticos aliados, sometidos dócilmente a su designio.
Por algo será por lo que no avanzan las investigaciones sobre el escándalo de
la Ñeñepolítica y la infiltración de dineros en la pasada campaña electoral
presidencial, ni se conocen resultados de las indagaciones relativas a
peculados y a casos de corrupción que comprometen a funcionarios nacionales, y proyectos
de infraestructura.
Igualmente
resultan pobres los avances que registran las investigaciones acerca de los
múltiples asesinatos de líderes sociales, las masacres de jóvenes, de humildes
campesinos y defensores de DD. HH., mientras se desactivan los instrumentos que
pretendían garantizar la implementación de los acuerdos de paz, sin que el
gobierno se dé por enterado. Pero está presto para la pantalla: cuando se logra
la captura de dos de los posibles implicados en el asesinato de cinco jóvenes
en Cali, viaja con toda su parafernalia a ofrecer una rueda de prensa y a tratar
de demostrar que, ahora sí, “El que la hace la paga”.
Ahora
bien, la pandemia originada en el covid-19 se convirtió en tabla de salvación
para remontar la baja popularidad presidencial, pero en la medida que la
ciudadanía ha entendido el comportamiento y autocuidado requeridos, esta vuelve
a caer en picada, sin que el Gobierno sepa cómo capotear su desprestigio.
El
desempleo y el empleo informal que nos deja la crisis producida por la pandemia
no han recibido la atención debida, y las propuestas de fondo orientadas a paliarlos
no aparecen. Pero eso sí, algunos empresarios afines al gobierno impulsan propuestas
con miras a una posible reforma laboral que se ocupe del trabajo por horas, el
salario integral, el desmonte del sistema pensional y el desconocimiento de
derechos adquiridos. Pero es pobre la solidaridad con los más vulnerables en esta
crisis social y económica.
De
otro lado, hemos conocido los llamados perfilamientos y su clasificación según
la proximidad con el gobierno o su oposición a él, gestión que concreta un
seguimiento continuo a personas e instituciones, principalmente a periodistas y
medios de comunicación imparciales en relación con las políticas del gobierno
central. Estrategia que en la mayoría de los casos busca acallar las voces
opositoras y dar mayor respaldo a quienes colaboran con las políticas
gubernamentales. Esta práctica lleva a entrometerse en la vida privada de las
personas que tengan un criterio independientes o de oposición, como lo hacen las
dictaduras y el fascismo.
A
todas estas, los grupos armados han copado la mayoría de los territorios que
entregaron las desmovilizadas Farc, y someten a sus comunidades. El Estado y el
gobierno pierden el control mientras aumentan los reclutamientos forzados, los
desplazamientos y el terror generalizado. El origen de este caos está en que este
gobierno no concretó en su momento los planes que permitieran capitalizar los
resultados de la desmovilización de la guerrilla, y soslayó el desarrollo de la
totalidad de la negociación de paz. Pero el discurso oficial sigue apuntando al
reproche acerca de los acuerdos firmados por Santos.
Más de
ocho millones de víctimas siguen esperando conocer la verdad de lo sucedido
durante el conflicto armado, acceder a procesos de reparación y a la garantía
de no repetición, pero es justamente el gobierno quien actúa en contravía, al
tiempo que busca desprestigiar la excelente labor de la Justicia Especial para
la Paz (JEP). Entre otros métodos, utiliza los medios de comunicación para
exigirle investigaciones y resultados que no coinciden con su misión, mientras
se desentiende del rebrote del fenómeno paramilitar y de las nuevas alianzas
políticas criminales que pelechan en las regiones.
En síntesis,
nos estamos alejando de los postulados del Estado de derecho planteado por la Constitución
de 1991; a diferencia de las clásicas dictaduras latinoamericanas, aquí no se
requiere de golpes de estado o actuaciones aparatosas: basta con torpedear la institucionalidad
desde las altas esferas del poder. Pero prefiero creer que estamos a tiempo de
reaccionar, para salvar lo que queda de esta maltrecha democracia.
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