SIN RODEOS
Cultura
de la ilegalidad
Por Jaime
A. Fajardo Landaeta
e-mail: fajardolan@une.net.co
Resulta
imposible desconocer la firmeza del tejido social que han construido el
narcotráfico y los grupos ilegales en las grandes ciudades como Medellín, así
que ha llegado la hora de analizar con seriedad el fenómeno, en busca de alternativas.
En
reciente columna de prensa el historiador y politólogo Jorge Giraldo, decano de
la Escuela de Humanidades de la universidad EAFIT, se refería al ocasional
apoyo ciudadano prestado a bandas y combos objeto de persecución de las autoridades.
Respaldo que termina en asonadas o manifestaciones de rechazo a la labor de la
fuerza pública o de los organismos judiciales en algunos casos.
¿Por
qué sucede esto? ¿Qué lleva a sectores de una comunidad a levantarse en contra
del legítimo desempeño de las autoridades? Es evidente a veces, en Medellín, que
personas o comunidades que trabajan codo a codo con la institucionalidad en la
prestación de servicios básicos, en la organización social o en actividades
comunitarias, a la vez compartan algunos de los objetivos de los ilegales.
Se
ha dicho que lo hacen porque miembros de sus familias, allegados, vecinos o
amigos están inmersos en el conflicto. O porque algunos murieron violentamente
y de allí la propensión a la violencia. En otros casos se trata de hombres y
mujeres que comparten a diario difíciles condiciones de vida, o que lo hicieron
durante su niñez o juventud, y por ello entienden y defienden esa manera de
actuar. No olvidemos que la combinación de pobreza y miseria, ilegalidad y
oportunidades y construcción de tejido social han sido pan diario en las
comunidades más pobres de la ciudad.
Puede
que estos sean los orígenes de tales comportamientos, y habrá que reconocerlos al
momento de plantear alternativas. Lo cierto es que la institucionalidad no
encuentra una respuesta muy comprometida de parte de algunas comunidades y
sectores sociales al momento de hacer valer la ley. Es decir que el proceso
institucional es muy débil en las comunas de Medellín, lo cual dista mucho de afirmar
que no haya inversión o presencia en ellas.
Parte
de estas conductas se atribuyen al legado del cartel de la droga y al influjo de
Pablo Escobar, que impactaron en lo más profundo del ser social y sus
organizaciones. Si bien la gente equipara el escenario de la ilegalidad con el
de la institucionalidad, esta última se encuentra en desventaja en cuanto al comportamiento
social.
Para
poder generar respuestas claras frente a este fenómeno y consolidar la
presencia institucional en los barrios y comunas de Medellín y de muchos
centros urbanos, se requiere de un gigantesco esfuerzo que lleve a consolidar
procesos de participación y de convivencia ciudadanas, a hacer pedagogía sobre la
solución negociada de los conflictos y a generar alternativas para oponerlas a
la oferta de los combos y bandas y del narcotráfico en general.
Pero
también se requiere entender con exactitud lo que implica que más de una
generación se haya formado en la cultura de la ilegalidad y que sienta que es
allí donde puede encontrar sus propósitos de vida. Además, es necesario que las
cadenas de televisión dejen de enarbolar las opciones que el crimen plantea, y
participen de la cruzada por afianzar la institucionalidad entre las
comunidades.
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