SIN RODEOS
Dos visiones
Por Jaime
A. Fajardo Landaeta
Twiter: @jaimefajardoLan
Es
innegable que las Farc no generan confianza en un sector importante de la
opinión pública, confianza indispensable para fortalecer el proceso de paz. Otros
creen que nada hay que negociar, y que esa guerrilla debería ser aniquilada militarmente.
A este panorama se suman los equívocos guerreros de años recientes, que dan
pábulo a la incertidumbre.
Apreciaciones
comprensibles y no exentas de lógica. Cosa distinta sucede con parte de los
ciudadanos que se oponen radicalmente a los acuerdos de paz, encabezados por el
expresidente Uribe, en cuyo caso la dureza de sus argumentos está directamente
vinculada con el intento por recuperar el poder para instaurar un régimen que –aunque
por medios civilistas- poco se distancia de los ejercicios dictatoriales en la
reciente historia del sur del continente.
Muchos
creemos que, efectivamente, las Farc deben asumir con mayor responsabilidad el
reto de encauzar su accionar por las vías democráticas, logrando que se
consolide la agenda de negociación en marcha. Además, deberían desatar acciones
que demuestren su interés en el acuerdo, como el impulso decidido al desminado en
todo el país, o el reconocimiento del papel de las víctimas de su accionar, y
su plena disposición a repararlas.
Pero
preferimos abrir un compás de espera y de credibilidad, necesario para el
proceso, sin dejar de reconocer que el camino por recorrer es todavía espinoso.
Además, porque al paso que van las cosas, Colombia requiere la salida negociada
para continuar construyendo los senderos del estado social de derecho consagrados
en la Constitución del 91.
Llama
la atención que sea precisamente Uribe el mayor opositor a esta iniciativa, cuando
en su gobierno se llegó a acuerdos con los paramilitares quienes estuvieron a
punto de lograr estatus político, de no haber sido por la oportuna intervención
de la Corte Constitucional que impidió tal despropósito.
Otro
hecho que debemos recordar es que los paramilitares aprovecharon ese proceso de
negociación para consolidar su dominio territorial, insertar sus fichas en las
diferentes instancias del poder legislativo e incluso ejecutivo, e intentar
sojuzgar al judicial. La extradición de sus jefes se convirtió en una ofensa a
las víctimas y una traición del régimen a sus anteriores aliados. Sin olvidar
la reveladora expresión que se le escuchó en muchas ocasiones a alias don Berna,
en el sentido de que “Los verdaderos resultado de la seguridad democrática
residen en la colaboración que nosotros hicimos por arrinconar la guerrilla”.
Así
que la lucha de los colombianos por la paz enfrenta dos visiones de poder y
democracia. Durante ocho años el país experimentó una de ellas, y como
resultado se generó un clima de desconocimiento evidente de los preceptos
constitucionales y legales que inspiran el Estado de Derecho, la vigencia de
los derechos humanos y el respeto por la vida. Así las cosas, las farc tienen
la palabra!
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