Dijimos, la semana pasada, que ha existido una tendencia cíclica del conflicto armado en Colombia, con unos picos de negociación o de exacerbación de la actividad militar. Se han registrado logros significativos en esta materia, y a veces ilusorias negociaciones, seguidas de momentos de cierto equilibrio o de indefinición de los bandos en contienda. Pero en cada intento de negociación quedan problemas por resolver que alimentan la siguiente fase del conflicto. Veamos a grandes rasgos algunos de esos picos:
En la década del sesenta, cuando iniciaron actividades las guerrillas de las Farc, el ELN y el EPL, se lanzó una ambiciosa ofensiva militar que años después permitió proclamar su exterminio. Se dieron, entre otras acciones, el bombardeo y cerco a Marquetalia, la muerte de Camilo Torres y el supuesto aniquilamiento del ELN en la famosa “Operación Anorí”.
En los años setenta se instaura la política de los llamados “Conflictos de baja intensidad”, diseñada por los EE. UU., que se suma a la teoría de la amenaza del enemigo interno, en razón del avance que tuvieron las fuerzas de izquierda y en especial el surgimiento del M – 19 y sus publicitados golpes de opinión. Todo ello llevó a la oficialización de la tortura y al asesinato de líderes sociales, a la sombra del “Estatuto de Seguridad” y de una pertinaz negativa a reconocer la existencia de nuevas fuerzas políticas, distintas al bipartidismo.
A mediados de los años 80, Belisario Betancur impulsa una negociación con la insurgencia, pero no logra definir un marco de apertura democrática que la convalide. Se produce el desastre de la toma del Palacio de Justicia y el consecuente golpe militar camuflado en el manejo de la retoma, a sangre y fuego. Entonces gana fuerza un proceso de destrucción de la izquierda, que alcanzó su mayor saña con el partido de la Unión Patriótica; mueren cientos de sus líderes y militantes y se instaura el terrorismo de Estado como política oficial.
Y así sucesivamente, hasta acumular un sinnúmero de factores que agravan el conflicto e impiden avanzar hacia una adecuada negociación.
El mejor momento de esos picos se presentó en los años 90 y 91 con los acuerdos con el M-19, que dieron paso a la Asamblea Nacional Constituyente y a la desmovilización del EPL, el Quintín Lame, la Corriente de Renovación Socialista, el PRT y otras fuerzas y grupos minoritarios de la guerrilla. Pero quedó sin resolver el tema del ELN y las FARC y una frágil institucionalidad en muchos territorios. A tiempo que sesionaba la Constituyente se comete el grave error de lanzar una ruidosa ofensiva militar sobre “Casa Verde”, sede de esta última agrupación, que terminó en notable fracaso.
Pero lo más ridículo fue que tras acordar una Constitución Política de avanzada, se le diera la oportunidad al viejo país y a las maquinarias políticas para que retomaran el poder y la modificaran a su amaño y conveniencia. De hecho, y como consecuencia de ello, se consolida la alianza entre la política y el narcotráfico y se desarrollan los grupos paramilitares que generan la catástrofe padecida y que aun hoy, mantiene gran repercusión en la arena política nacional.
Finalmente, a comienzos del nuevo siglo, el gobierno de Uribe diseña una estrategia de desmovilización y reinserción de las AUC, ahora en crisis atribuible a la miopía del Gobierno y en especial del Comisionado de Paz. Entonces el conflicto se recicla: estamos a las puertas de un agotamiento de la seguridad democrática, sin desconocer los logros para la cual fue diseñada, de un fortalecimiento del narcotráfico y de un resurgir muy leve de la guerrilla todavía no derrotada, mientras se augura porvenir oscuro para la convivencia, la seguridad y el orden público. Pero también fracasa el modelo de negociación y ante la imposibilidad de un triunfo militar puede producirse el más hondo escepticismo, si no volvemos a los cauces democráticos y recogemos la bandera de la paz y la democracia en sus reales dimensiones.
No negamos que, en medio de todo lo aquí planteado, existen algunos elementos de posconflicto que luego miraremos.
Próxima columna: En nuestra Constitución están las claves para superar el endémico conflicto armado, si existiera voluntada política para ello.
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