SIN RODEOS
Legalizando
lo ilegal
Por
Jaime A. Fajardo Landaeta
Twitter:
@JaimeFajardoLan
Entradilla:
Las rentas ilegales están sólidamente articuladas con los negocios
legales.
Según
la Fiscal Nacional contra el Crimen Organizado, Claudia Carrasquilla, fue
desarticulada una banda que lavó activos por $219.000 millones para el Clan del
Golfo, y que operaba en las ciudades de Medellín y Bogotá. Demostración de que estamos
ante toda una empresa criminal organizada, y no ante
una simple agrupación de combos y bandas que merodean por las comunas citadinas.
Hemos
afirmado en columnas y análisis de opinión que resulta clave luchar contra
todas las estructuras de la mafia y el crimen en sus diversos frentes, como lo
vienen haciendo las autoridades; que mientras no se golpee su base económica,
la labor de las autoridades será insuficiente. Se trata de uno de los negocios
más productivos del mundo: no paga tributos ni se enreda en burocracias
gremiales y estatales; además, supo articular las rentas
ilegales con la economía formal. Una
osadía imposible para los integrantes de los combos o bandas, pero fácil para
unos actores enquistados en los sectores empresarial, financiero y comercial.
Actividad próspera, incluso en el exterior.
Hace
algunos meses el presidente de la textilera Fabricato advertía que la crisis que
soporta su empresa se debía principalmente al lavado de
activos y al contrabando. En igual sentido se pronunció el director de
Inexmoda el año pasado. Solo en algunos centros urbanos el contrabando sobrepasa la economía formal. La mercancía
ingresa con papeles legalizados desde los mismos puertos, a pesar del esfuerzo
de la Dian por impedirlo.
Esta
empresa criminal opera, en algunas ciudades, en forma piramidal: en la base, las
estructuras delincuenciales; en el medio, los jefes mafiosos, y en la cima los
enlaces encargados de la legalización del dinero. Con desinterés de algunas
autoridades por desentrañar la enmarañada cúspide. Con algunos empresarios,
comerciantes y financistas reacios al tema, que tampoco colaboran con las autoridades,
aunque son conscientes del alcance ilegal de esa economía. Ellos también se
distraen buscando el problema en la base de la pirámide, o en los mandos medios
y altos, y desoyendo las voces de alerta que proliferan.
El
dinero producto del contrabando, la extorsión, las vacunas, el secuestro, el
narcotráfico y sus diversas variantes no duerme bajo los colchones de los jefes
mafiosos, gran parte está invertido en empresas y actividades económicas, o articulado
con los negocios legales.
Ahora
bien, el incremento o disminución de los crímenes depende de las exigencias de
la expansión de tales rentas, no tanto de pactos del fusil o de captura de jefes
criminales, sin desconocer su impacto. Lo de fondo aquí es la capacidad de
movilidad que puede lograr en la economía del país o en algunos de sus
sectores. Una arista del problema: existen adecuados planes de ordenamiento
territorial, pero la empresa criminal ejerce pleno control sobre los usos del
suelo. Sucede con gran parte del sector inmobiliario y de propiedad raíz de las
grandes ciudades.
Se
trata de un problema estructural heredado del imperio de los carteles de la
droga, cuya influencia define el rumbo de la política y la economía del país.
Es difícil ejercer controles si desde la misma economía legal, permeada por
esos capitales ilegales, se financian muchas campañas electorales, sin
necesidad de mostrarse haciendo aportes directos.
La
comprensión del fenómeno deja claro que, aunque las autoridades propinen golpes
significativos al crimen organizado, este se reproduce sin límite. Además, quienes
deberían colaborar decididamente en la persecución de las rentas ilegales y el
lavado de activos permanecen indiferentes. Bien podrían aprovechar la Justicia Especial de Paz (JEP) para acabar con esta
alianza que fortalece la cadena mafiosa, para legalizar esos dineros, que servirían
para reactivar la economía y hasta para pagar la deuda social contraída con las
víctimas del conflicto armado. De paso, se impediría el retorno a los tiempos
de la guerra que muchos añoran, y que alienta algunas posiciones opuestas a los
acuerdos de paz.
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