SIN RODEOS
Una
toma institucional
Por Jaime A. Fajardo Landaeta
Twitter: @JaimeFajardoLan
La
integralidad de los temas de seguridad y convivencia exige que en todo
territorio se identifiquen las particularidades propias de las zonas focalizadas
para su atención. Así que no basta con que enunciemos la presencia de grupos
ilegales y la captación de rentas que hacen: se precisa establecer las diversas
modalidades de actuación para diferenciar espacios y diseñar las correspondientes
estrategias de control.
Desde
hace algunos años las comunas del sector nororiental de Medellín han albergado estructuras
criminales como las Odin San Pablo, Triana, la Terraza y Caicedo, que agrupan
un número significativo de combos. Además de ejercer control territorial han
perfeccionado un modelo criminal que en muchas partes cuenta con respaldo
social: se dan situaciones de extorsiones y vacunas no rechazadas, pues sus
víctimas las toman como un aporte a la “seguridad” que tales bandas dicen
ofrecer.
Algunos
conviven con dichas prácticas, al tiempo que demandan de las autoridades
recursos de toda índole, sin exigirles a los grupos delincuenciales que las desmonten.
Pagan sumisamente la “cuota” exigida, en unos casos por temor, pero igual
dejando entrever una cierta aceptación social. Si bien en algunos casos hay cooperación
con las autoridades y hasta se instauran denuncias, se trata de excepciones,
pues argumentan que prefieren pagar antes que denunciar.
El
fenómeno no es nuevo, pero para el caso del territorio en mención lo
preocupante es que con las estrategias de seguridad, ejecutadas y diseñada con
anterioridad, no se ha logrado erradicar; ni siquiera reducido. Ha faltado
entender que dicha política no se puede reducir a una mayor disponibilidad de
agentes policiales, a la activación de más cámaras de vigilancia y más
tecnología, de más inteligencia y más eficiente administración de justicia, así
se trate de factores muy necesarios. La clave radica, al lado de lo anterior,
en que se logre consolidar la institucionalidad en los territorios, se
reconstruya el tejido social y se le reste base social a la delincuencia, a la
vez que se incrementan las acciones culturales, educativas y deportivas, al
igual que los procesos de participación ciudadana para que las comunidades
tomen decisiones sin la presión de los grupos delincuenciales.
En
síntesis, es lograr el diseño de una estrategia de mediano y largo plazo que
derrumbe el estado de cosas descrito, para lo cual es necesario emprender una
gestión integral por parte de la administración y los organismos de seguridad,
pero penetrando todos los barrios y comunidades, con énfasis en la
participación ciudadana.
Cosa
distinta es el caso de aquellos territorios en disputa, en los cuales no se
puede partir de cero y habría que exigir de las autoridades una actitud más
agresiva: son los casos de la comuna 5, Castilla, la 16 (Belén) en el sector de
La Capilla, y el corregimiento de Altavista, en donde operan focos de tensión y
disputa entre combos. La obtención de rentas ilegales por parte de estas
estructuras se hace en muchas ocasiones sin tener que recurrir, necesariamente,
al incremento del homicidio; el nivel al cual han llegado les permite hasta la
tercerización de las llamadas ollas de vicio, sin necesidad de confrontaciones violentas.
Pero estas realidades quedarán en evidencia cuando se produzca una total inserción
institucional en los barrios y comunidades, más allá de la presencia
coyuntural. Las condiciones están dadas para que en un posible posconflicto,
este modelo criminal se reduzca a sus mínimas expresiones y logremos resolverlo
siendo muy creativos en el diseño e implementación de la estrategia que se
requiere.
Diferente
es el caso de la comuna 10, la candelaria, donde actúan todas las expresiones delincuenciales
de la ciudad y el cual amerita un plan de acción inmediato tanto represivo como
preventivo, que en forma oportuna, la actual administración, ha logrado
resolver.
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