SIN RODEOS
Costosas
ausencias
Por Jaime A. Fajardo Landaeta
e-mail: jaimefajardolandaeta@gmail.com
twitter:
@JaimeFajardoLan
Entradilla:
Estado no ocupa antiguos santuarios de Farc y peligran acuerdos de
paz.
En
términos de consolidación de la institucionalidad en los territorios donde
perduró por tantos años el conflicto armado en Colombia es mucho lo que se ha
perdido en los meses de gobierno del presidente Iván Duque.
En
la campaña electoral que lo llevó al poder el presidente acogió la postura de
los sectores más extremistas de su partido, en el sentido de buscar el desmonte
de los acuerdos de paz. La argucia le funcionó, pues copió el modelo exitoso
que aplicaron en el plebiscito que refrendaría el acuerdo de paz entre el
Estado y las antiguas guerrillas de las Farc: lograr que los electores salieran
berracos a votar no.
Pero
ya como mandatario tuvo que admitir que el desmonte de los acuerdos no sería
“pan comido”; entonces optó por la vía de reconocerlos a regañadientes, al
tiempo que está soslayando sus componentes sustanciales, entre ellos el legislativo,
que implementa parte de la agenda firmada con las Farc. Este punto de la
negociación se quedó en el limbo; también resultaron negadas las 16 curules que
debían ocupar las víctimas del conflicto en el Congreso. Otra táctica consistió
en arreciar las críticas contra la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), y en
tratar de limitar sus alcances, principalmente en lo relacionado con el
esclarecimiento de la verdad, la reparación y la no repetición. Es el capítulo
de las famosas “objeciones”, que le significó una de las derrotas más
significativas en el Congreso de la República.
Esta
tragicomedia distrajo al gobierno de la urgencia de lanzar una gran ofensiva
para ocupar los territorios que dejaban las Farc, convertidas ya en partido
político. Por esa razón, todavía es posible identificar zonas sin presencia
integral de la institucionalidad, mientras actores ilegales como el Clan del Golfo,
el ELN, los Caparros, las disidencias de las Farc y otros grupos delincuenciales
al servicio del narcotráfico se hicieron fuertes en ellas, aprovechando el
descuido del Estado. Que este siga ausente o que haya llegado tarde es proceder
coincidente con la postura del gobierno frente a los acuerdos de paz: si no cree
en el proceso, menos va a creer que se concretó una desmovilización, una entrega
de armas y el consecuente desalojo de territorios.
Entonces
impusieron su ley y su violencia otros grupos que continúan en el conflicto, o
al servicio del narcotráfico, y aparecen nuevos niveles de una confrontación
que habíamos superado con la firma de los acuerdos; pero todo parece indicar
que el gobierno no se da por enterado. Desde hace meses se hablaba de las
amenazas y riesgos que rondaban sobre Bojayá y otras zonas del Chocó, pero solo
cuando hubo líderes asesinados y graves amenazas contra la población civil, el
gobierno se pellizcó, envió delegados y ordenó la intervención de las FF. AA.
Decisión tardía, con consecuencias altamente peligrosas para esas comunidades.
Igual
panorama se presenta en otros rincones del país: en Tumaco, en el Catatumbo, en
la Guajira, en el Urabá, en el Huila, en diferentes zonas del sur y el Bajo
Cauca antioqueño, sin que las medidas tomadas se traduzcan en derrotas para los
actores armados ilegales.
Pero
además del cicatero compromiso con los acuerdos de paz, debe enfrentar problemas
como la poca credibilidad de sectores sociales, de las zonas que más han
padecido el conflicto, en la Fuerza Pública y por ende las dificultades que
implican los casos probados de corrupción, de chuzadas y vínculos de algunos de
sus integrantes con sectores del narcotráfico y de la delincuencia en general.
Estos factores no le permiten conseguir el apoyo que se requiere entre la
población; inclusive en las zonas de mayor conflicto perviven las denuncias de
violación de los derechos humanos y el resurgir de los llamados falsos
positivos, como también el regreso del paramilitarismo auspiciado por
ganaderos, empresarios y algunos militares, como ya lo han señalado los medios
de comunicación y la población desplazada, consecuencia de este desmadre.
Es
urgente que el gobierno rectifique su actitud. Además, no debe dejar que esto
solo se resuelva con la continuidad del nuevo paro nacional que ya tiene fecha
acordada; debe fortalecer la presencia de las comunidades en la solución de los
problemas y dejar la distracción que representa la llamada conversación
nacional, cuando resulta urgente entrar a concretar negociaciones con la
coordinadora del paro y dejar de buscar a los responsables de los asesinatos de
líderes sociales solo entre los grupos ilegales, tratando de salvar la
responsabilidad que tienen los grandes usurpadores de tierras, la extrema
derecha del país y los nuevos impulsores intelectuales del paramilitarismo.
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