5 de diciembre de 2013

QUE HISTORIA

Que Historia¡¡¡



Hola Jaime,

Esta girando mucho en Internet la columna que escrbí hoy en El Espectador. Es una historia vera, trágica, triste y increíble, y que desafortunadamente no es una excepción.

La historia de Sebastián es una historia que nos debe interpelar, y - pienso - mover hacia la acción.

Me gustaría conocer tu opinión, y además que difundieras por Twitter y Facebook la columna.

Gracias. Aldo



La increíble y triste historia de Sebastián (por Aldo Civico)

Hoy les quiero contar la historia de Sebastián, a quien conocí en Medellín en el 2006. Es una historia paradigmática sobre quienes son los que pagan el precio mas alto por una guerra que muchos quieren perpetuar, y sobre una política que es ciega frente a las verdaderas necesidades de la gente común.

Conocí a Sebastián  una tarde en un albergue para personas desplazadas por la violencia. Había Llegado ese mismo día junto a su mamá, dos hermanitos y una hermana desde el Magdalena medio. Unos días antes, en la finca donde se crió, en lo profundo de una vereda solitaria, fue testigo del magnicidio de su papá. Sebastián vio como unos paramilitares amarraron a su papá, lo golpearon y finalmente lo mataron. Cuando conocí a Sebastián, estaba parado en el balcón del albergue, miraba hacia la calle tratando de entender porque los carros paraban cuando una luz roja se encendía. Era la primera vez en su vida que veía un semáforo. En este entonces solo tenía 12 años.

Por las amenazas de los paramilitares, la mamá de Sebastián recogió el cadáver de su esposo y caminó con sus hijos toda la noche hacia el pueblo mas cercano en donde se subió a un bus que los llevó a la terminal del norte de Medellín. Fue tanto el trastorno, la confusión, la cantidad de ruidos y de gente en la terminal, que la mamá de Sebastián se paralizó y no logró  salir a la calle. Durante dos días, con sed y hambre, se quedaron en el piso de la terminal. Finalmente un policía tuvo piedad de ellos y los llevó al albergue.

Después de unas semanas, Sebastián y su familia comenzaron una peregrinación de comuna en comuna, viviendo pobremente, y reinventándose la vida. Nunca lograron  recuperar la tierra, debido a la amenazas que no terminaron. En los barrios de Medellín mientras tanto llegó la guerra entre los combos. Sebastián vio amigos entregarse a las bandas,  muchos de ellos murieron. Cuando los Urabeños amenazaron de muerte a Sebastián porque se negó a ser reclutado, tuvo que huir nuevamente de la violencia, desplazarse otra vez, y fue acogido por una familia que le brindó ayuda.
Hace unos días recibí un correo de un amigo informándome que en una redada del ejercito, las controversiales  “batidas” o “compilaciones”, se llevaron a Sebastián a prestar servicio militar obligatorio. Esto ocurrió unos días antes de cumplir 20 años.

Desde hace más de un mes Sebastián se encuentra en un lugar lejano del país, combatiendo una guerra de la cual Sebastián toda la vida ha sido victima y de la que ha tratado de huir sin lograrlo por ser campesino y pobre.

Cuento la historia de Sebastián porque son muchos, demasiados, los Sebastianes en Colombia. Y cuando escucho al presidente Santos afirmar con orgullo que Colombia ya es un país normal, me pregunto de que esta hablando. Son palabras que a Sebastián y a su familia tienen que sonar como un insulto, porque el Estado colombiano por un lado no ha logrado protegerlo de las violencias y por otro lo ha reclutado para la guerra. Esto es lo único que el Estado le ha brindado a Sebastián. 

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