SIN RODEOS
Traumático
cambio de modelo
Por Jaime A. Fajardo Landaeta
e-mail: fajardolan@une.net.co
Las
grandes industrias que dieron lustre a Medellín y al Área Metropolitana en el
concierto de la economía nacional son cosa del pasado. De todos los rincones de
este territorio se movilizaba una masa gigante de obreros para consolidarlas. A
su sombra brilló un sindicalismo vigoroso que supuestamente garantizaba estabilidad
laboral y gestión de ambiciosos pliegos de peticiones; el salario resultaba casi
suficiente.
Hacía
la década del setenta y parte del ochenta abundaban las fuentes de un empleo
tan estable que los obreros podían soñar hasta con legarlo a uno de los suyos.
Así que se debe reconocer la favorabilidad de las condiciones laborales que
ofrecía ese modelo industrial, el mismo que auspiciaba procesos de organización
y lucha reflejados también en muy significativas conquistas sociales.
Pero
este portentoso andamiaje se vino a pique sin que el socorrido “empuje paisa”
pudiera evitarlo, como sí lo hizo la economía mundial al adaptarse a los
cambios tecnológicos y de mercado. La industria antioqueña se quedó rezagada, entonces
se volvieron rutinarios los despidos masivos y las jubilaciones magras;
surgieron las pequeñas y medianas empresas, el comercio con un auge
sorprendente, el sector financiero voraz y sin escrúpulos, el salario mínimo
como la principal forma de medir el ingreso popular, el empleo temporal y la subcontratación,
al igual que otras manifestaciones de un nuevo modelo expoliador que acabó con
muchas ilusiones proletarias y obligó a que donde trabajaba una persona ahora
se exigía que fueran tres, en las peores condiciones.
La
respuesta de los gobiernos de turno y de los empresarios era regular por lo
bajo las aspiraciones de los trabajadores y el empleo informal, mientras se
desconocía esta realidad con el señuelo del desarrollo local y regional. Las
desafiantes obras de infraestructura, tan necesarias para el desarrollo local,
sumadas al asistencialismo han servido para esconder los degradantes niveles de
pobreza y miseria que creó esa transformación económica, y el nuevo modelo
rapaz que necesariamente contribuyó al surgimiento de mayores expresiones de
violencia.
Mientras
tanto se empoderó el narcotráfico y se impusieron los dineros calientes para
copar los territorios y la mentalidad de
las personas, al convertirse en eficaz fuente de empleo, principalmente para
los jóvenes, lo que reafirma mi tesis que lo no logrado por la
institucionalidad y el modelo económico sí lo hizo el narcotráfico. Persisten
las estructuras del crimen organizado, a pesar de los certeros golpes asestados
por las autoridades.
Durante
varios años, principalmente de la década pasada, buena parte de la
institucionalidad estuvo arrodillada; muchas empresas tuvieron su origen en
recursos ilícitos, grandes fuentes de dineros fueron lavados a la vista del
sector financiero, la política fue permeada por la mafia y el tejido social se
construyó para servir a los intereses criminales. Desmontar este entramado no
es solo cuestión de buena voluntad: se trata de otro problema estructural que
exige políticas integrales y de intervención, que dejen de ver solo en los
carteles de la droga la responsabilidad que colectivamente se ha eludido.
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