SIN RODEOS
Decisión
más humana
Por
Jaime A. Fajardo Landaeta
e-mail: jaimefajardolandaeta@gmail.com
Twitter:
@JaimeFajardoLan
Entradilla:
Con Petro el proceso de paz se consolida, para avanzar en el
posconflicto.
El
temor que cunde en algunos sectores del país a que Gustavo Petro sea el
presidente de los colombianos obedece a motivaciones políticas y económicas, y
a una incapacidad para dejar que Colombia se enrute por el camino de las
transformaciones democráticas que requiere. Pero, ante todo, pretende
configurar un regreso al pasado, desconocer los avances de la Constitución del
91 y garantizar que el statu quo se
mantenga, en contravía de un mayor nivel de equidad
social.
El
afán de muchos empresarios por apoyar la candidatura de Iván Duque tiene el
acicate de los grandes beneficios que obtendrán de su propuesta económica,
reflejados en la percepción de mayores ganancias a costa de los magros ingresos
de los trabajadores; en una mayor concentración de la riqueza, en la vigencia de
una política minero – energética que desconozca el papel de las comunidades, soslaye
las consultas previas y acentúe la destrucción del medio ambiente.
Los
políticos tradicionales no quieren que se resuelvan los problemas estructurales
que nos agobian, impiden la consolidación de nuevos escenarios democráticos y
buscan que las masas sean controladas para sus intereses. Quieren reducir los avances
en reconocimiento de la diversidad en todos los niveles, incluida la población LGTBI,
que volvamos a épocas primitivas para imponer su religión, controlar los medios
de comunicación, impedir que se consolide la paz y que muchos de los que “refundaron
la patria” vayan a los tribunales de justicia, incluida la JEP, como
responsables de financiar la guerra o instigar las manifestaciones de
violencia.
Muchos
saben que Iván Duque carece de la experiencia y
capacidad requeridas para tan alta posición, detalle que poco importa porque
detrás estará Álvaro Uribe trazando línea en las decisiones de gobierno. Y con
él, los personajes responsables de impulsar la política del odio que hoy nos
rebaja a los ojos del mundo. En cambio, Gustavo Petro ha
sabido madurar sus propuestas y atraer el entusiasmo de mujeres, jóvenes y
ciudadanos independientes. Está aglutinando gran parte de los votos de Sergio Fajardo,
de los liberales escandalizados con la entrega de las banderas que protagonizó César
Gaviria, de los sectores excluidos de las grandes decisiones que requiere el
país, de los líderes de la lucha contra la corrupción que saben que una
presidencia del Centro Democrático despejará el camino para su ejercicio
impúdico. También están con Petro las corrientes alternativas que se han
abierto camino con la promulgación de la Constitución de 1991, cantera de esta
necesaria renovación política.
Los
acuerdos de paz firmados entre el gobierno de Santos y las farc están en
entredicho, con todas sus consecuencias. De hecho, ya se han venido desmontando
muchos de sus alcances; si gana el candidato del CD que ahora dice que no los
hará trizas, introducirá cambios en su concepción esencial y bloqueará la implementación
acordada.
Petro
es garantía de que el proceso de paz llegará a buen término, y que podremos trasegar
el largo camino del posconflicto: ha encarado un duro combate contra la
corrupción y la parapolítica, y ha denunciado la intervención del narcotráfico
en la vida institucional del país.
Este
promisorio candidato, como en su tiempo le sucedió a Luis Carlos Galán y antes
a Jorge Eliécer Gaitán, tiene que enfrentar una eficaz maquinaria de poder que
quiere afianzar, aún más, la concentración de la riqueza, la exclusión como norma de la política, la destrucción de
los avances democráticos y la imposición de un régimen para las elites y contra
la posibilidad de que imperen las decisiones ciudadanas. A este turbio panorama
nos enfrentamos, así que el 17 de junio debemos impedirlo votando masivamente por
Gustavo Petro: una decisión más humana.
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