SIN
RODEOS
¿De
qué lado estamos?
Por Jaime A. Fajardo Landaeta
e-mail:
jaimefajardolandaeta@gmail.com
Twitter:
@JaimeFajardoLan
Durante
las elecciones presidenciales de 2010 hice todo lo democráticamente
posible para impedir la elección de Juan Manuel Santos, porque su
campaña se apoyaba cómodamente en Álvaro Uribe, un presidente que
pisoteó la Constitución del 91 con una política de “Seguridad
Democrática” que golpeó a la guerrilla, pero estuvo avalada por
los paramilitares y generó la pesadilla de los falsos positivos, una
práctica de flagrante violación de los DD. HH. y el DIH.
Me
indignaba que este ambiente dominara dicha campaña y consideraba
que, como pago a su jefe, le daría continuidad. Pero no hubo tal
“títere”: quedé sorprendido con el discurso de posesión y la
ruta que esbozó entonces para su mandato. Había un giro radical,
sobre todo en términos de su política de paz. Además, reconocía
los enormes desafíos estructurales que padecía la sociedad
colombiana.
La
profundización de ese distanciamiento conceptual y político me
acercó definitivamente a su gobierno. No era que Santos no fuera
neoliberal, o hubiese dejado de representar unas élites responsables
de la permanente turbulencia social y política que ha soportado el
país, o que renunciara a favorecer los grandes intereses de las
castas burguesa nacionales y de las multinacionales expoliadoras. No
fue eso lo que me convenció: imposible esperar que se zafara de algo
inherente a su condición humana.
Me
atrajo su decisión de buscar la paz, y el hecho de reconocer el
conflicto armado con todas sus consecuencias políticas y sociales,
al igual que el papel que les dio a las víctimas, e incluso algunos
planteamientos sobre equidad y pobreza.
Y
aunque discrepo del manejo dado a problemas de primer orden, del
accionar de compañeros de viaje tocados por la corrupción y el
clientelismo, de la falta de decisiones más oportunas y eficaces, me
persuadieron los enormes esfuerzos que hizo para lograr el acuerdo de
paz con las Farc y su búsqueda de una salida negociada al conflicto
armado. Más me empeciné en acercarme a su gobierno cuando advertí
que quienes han participado en el conflicto armado desde posturas de
derecha y han promovido el odio y la venganza, cada día son más
cizañeros frente a su política de reconciliación nacional. Y lo
más satisfactorio: ver a unas FF. AA. defensoras de la paz y
respetuosas de los DD. HH. y del DIH.
De
Santos no debo esperar más, pero lo que ha logrado en materia de paz
y concordia nacional me lleva a mantenerme firme en su defensa. Mal
hacen ciertos sectores democráticos y de izquierda en rechazar la
totalidad de sus logros, para oxigenar a quienes enarbolan la
política del terrorismo de Estado y el quiebre de nuestros valores
democráticos. De lo que se trata, entonces, es de entender que llegó
el momento de ofrecer un apoyo decidido y frontal a la conquista de
una paz por años buscada, al igual que al reconocimiento del lastre
del conflicto y sus más de ocho millones de víctimas.
El
Nobel de Paz al presidente Santos es triunfo que encumbra a todos los
colombianos, y un reconocimiento por la tragedia de más de 50 años
de conflicto armado. El acuerdo de paz es una hazaña inédita, de
dimensión histórica, y fuente de oportunidades si la sabemos
defender con pasión. No podemos dejar que la intolerancia y el odio
nos arrebaten este promisorio logro, máxime cuando el uribismo
anuncia que si regresa al poder echará para atrás dicho acuerdo.
¿De
qué lado debemos estar? No puede haber dudas entre los colombianos
comprometidos con la paz y la convivencia para esta y las próximas
generaciones.
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