SIN RODEOS
Medellín:
dos ciudades
Por
Jaime A. Fajardo Landaeta
Twitter: @JaimeFajardoLan
Resulta
imposible negar el inmenso progreso que ostenta Medellín en los últimos años en
temas como el de urbanismo, innovación, movilidad y transporte, e incluso en
transformaciones sociales. Así lo reconoce el diario El Tiempo en su edición del pasado 5 de noviembre (El porqué Medellín es la más transformadora),
al citar, entre otros, el caso del sistema metro que da origen al transporte
integrado, la movilidad por las laderas, las escaleras eléctricas públicas de
la comuna 13, los parques bibliotecas para la integración social y el auge del sistema
de bicicletas públicas, aplaudido con premios internacionales.
Además,
en el manejo de la seguridad y la convivencia ha avanzado notablemente: dispone
de una mayor capacidad operativa y de inteligencia de la policía, de mayor
tecnología e infraestructura, al tiempo que cuenta con una secretaría de seguridad
que suministra información permanente a los organismos de justicia y control, al
igual que garantías de articulación y respuesta unificada. Se multiplicó el número
de cuadrantes y ahora se percibe un mayor reconocimiento ciudadano.
En
materia social los programas de la alcaldía han crecido a la par con cuantiosas
inversiones; los eventos internacionales que tienen a la ciudad como escenario son
numerosos, y crece la afluencia de turistas para conocer de primera mano tanto
esplendor.
Pero
también es cierto que Medellín arrastra unos problemas estructurales de vieja
data que no ha podido desmontar: con ellos hemos tenido que convivir y soportar
que en ciertos momentos se agudicen los problemas de seguridad y convivencia,
mientras mengua la credibilidad ciudadana en sus instituciones.
Alejarse
del centro de la ciudad para trepar por las empinadas laderas de los barrios
populares es constatar que aquí conviven dos ciudades opuestas. Si bien los
beneficios de las obras e inversiones mencionados abarcan todo el territorio,
su influjo en el desarrollo integral no llega en igualdad de condiciones a los
estratos más bajos. Muchos ciudadanos se sienten excluidos de ese gran
desarrollo y lo que ven es la falta de oportunidades y una gran inequidad
social.
Es
muy diferente vivir y apreciar la ciudad desde sus laderas y cumbres, que
hacerlo en comunas como la once, la doce, la catorce, y parte del centro
(recordemos que en esta comuna, la diez, pululan todos los delitos y tiene
asiento toda clase de delitos y rentas ilegales). Para mayor afrenta, es en las
primeras donde se han asentado las estructuras ilegales, algunas de ellas con
más de 25 años de accionar violento.
Muchos
desconocen esta problemática de equidad social que se acentúa en las laderas de
Medellín, para convertirlas en caldo de cultivo de la ilegalidad, el
microtráfico, el auge de redes criminales y el predominio de una cultura que
las alienta.
Hoy
por hoy las estructuras criminales han evolucionado, a pesar de los severos
golpes propinados por las autoridades; se nota que entraron en una nueva fase
de reacomodo para garantizar el flujo de sus rentas ilegales. A pesar de que
aún existen “puntos calientes”, principalmente en las comunas cinco, siete y en
parte de la 16, en lo fundamental las llamadas fronteras invisibles y la
práctica del homicidio han perdido fuerza, aunque el negocio ilegal exige otros
comportamientos. El homicidio a aumentando en comparación con el 2015 (19%)
pero mantiene una tasa baja y significativa.
Se
debería aprovechar la coyuntura actual para que en los asentamientos conformados
especialmente por las víctimas del conflicto armado y desplazados, se desaten
unas transformaciones que hagan las veces de auténticos actos de reparación
integral, colectiva y territorial, para concretar avances firmes en la superación
de los niveles de pobreza y miseria que hoy campean a lo largo de los balcones
geográficos de la ciudad. Solo así será posible fortalecer la capacidad
institucional y ganarle terreno a los grupos ilegales en general.
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