SIN RODEOS
Tigres
de papel
Por Jaime A. Fajardo Landaeta
Twitter: @JaimeFajardoLan
Cuando escuchamos al expresidente
Álvaro Uribe llamar a la resistencia civil contra los acuerdos de La Habana,
nos lo imaginamos con su bancada del Congreso, con el procurador Ordóñez y con muchos
de sus radicales líderes acompañando a los indígenas y campesinos a levantar barricadas,
enfrentar la fuerza pública, tomarse calles y plazas en el marco de un decisivo
paro nacional. Lo vislumbrábamos acompañando a los estudiantes en
enfrentamientos con los uniformados y hasta liderando la conformación de algún grupo
armado (tal vez involucrando a las “convivir” o a lo que queda del
paramilitarismo), para fortalecer la confrontación social y política contra el
régimen.
Creíamos también, que de pronto
se trataba de acoger los postulados de la no violencia de Ghandi, Las
enseñanzas de Martín Luther King o aplicar para Colombia el legado de Mandela.
Pero parece que no hay tal, pues
pocas horas después el honorable senador aclaró que la resistencia civil contra
la paz consistía en organizar marchas por todo el país, recoger firmas, hacer
convocatorias públicas de diverso orden y concretar la ausencia de su bancada
en las principales discusiones y votaciones del Congreso de la República. Es
decir, seguir haciendo lo mismo de siempre, con la diferencia de que su bancada
parlamentaria seguirá cobrando honorarios sin trabajar, y todo indicaría que en
vez de “convivir” y paramilitares estarían en primera línea de “batalla”, todos
aquellos seguidores que no se preocupan de enteder lo que quiso decir el Jefe,
pues él piensa por todos ellos.
Todo este embeleco solo podría obedecer
a varias razones: la primera, que el uribismo conocía previamente de los
recientes avances en las negociaciones y quería tomar la delantera al gobierno
y a las Farc para de nuevo airear una apreciación tergiversada de los acuerdos.
La segunda razón es que en la medida en que avancen dichas negociones y la
comunidad internacional las apoye, este sector de extrema derecha perderá
terreno político con su fijación por mantener la guerra, y se tendrá que preparar
para ver a una parte de sus líderes desfilando ante el tribunal especial de
justicia transicional para rendir cuentas de su responsabilidad en los hechos
inherentes a la guerra cometidos con su apoyo, amén de la financiación de
grupos ilegales.
La tercera razón es que la firma
del inminente acuerdo empezará a cambiar el péndulo de la opinión pública
nacional y aumentará la confianza ciudadana en el proceso de paz, perspectiva
que les molesta.
Llama la atención su pretensión
de que la opinión pública les crea que la ausencia de la bancada en las discusiones
fundamentales de proyectos de ley es parte de la resistencia civil. Es decir,
en términos de esa forma de lucha, es en el Congreso de la República donde
mayor experiencia se acumula, porque suelen retirarse de las plenarias y
comisiones con inusual frecuencia.
Conocido el acuerdo que permite
blindar con seguridad jurídica el proceso de paz, se logra entender el
verdadero sentido de esa resistencia civil, que al fin de cuentas parece una
guerra que se libra con escopetas de palo y gatillo de cabuya. Pobres tigres de
papel.
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